Ciudad del caos

“Neralo. Ciudad del caos” es la primera novela de una trilogía de fantasía y ciencia ficción que se va a ir creando en esta bitácora. Es una novela viva. Por lo tanto, aunque a grandes rasgos ya está escrita en mi cabeza, los comentarios y aportaciones de los lectores podrán ir modificando el transcurso de la historia. Subiré un nuevo capítulo cada sábado. Para leer la novela en su orden correcto, selecionar "Orden posts:Ascendente". Más en: www.neralo.info

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Lugar: Bilbao, Bizkaia, Spain

02 diciembre 2006

22. Ataque suicida

Cuando Polo y Ca llegaron a “El Hospital” el ataque ya había empezado. Antes de entrar en batalla, Ca echó un vistazo rápido a la situación. Los militares parecían desconcertados. Había algunos cadáveres en el suelo, pero no demasiados. En algunas zonas ya se estaba desarrollando el combate cuerpo a cuerpo, pero en la mayoría permanecían a una distancia prudente. Intentó localizar a Elo o a cualquiera de los otros líderes, pero no los vio. Finalmente miró a Polo, quien esperaba asustado a sus espaldas.

-Es inútil que te diga que des media vuelta, ¿no?

-Sí –respondió Polo un poco dubitativo.

-Bien, pues entonces estate siempre detrás. Ni se te ocurra marcharte por ahí tú solito –esperó una respuesta, pero Polo sólo movió la cabeza ligeramente en señal afirmativa-. Bien, entonces, vamos.

Ca se introdujo en el flanco más cercano. Era una de las pocas zonas en las que la batalla cuerpo a cuerpo había empezado. Alzó su metralleta y comenzó a disparar, mientras daba vueltas sobre su moto. La presencia de Ca estimuló positivamente a los luchadores cercanos y pronto acabaron con el pequeño grupo de militares. Habían abierto una brecha en las defensas.

Los militares de las zonas cercanas se percataron de la caída de las defensas y acudieron con la intención de cerrarlas. Pero algunas personas, Ca y Polo entre ellas, ya habían cruzado. Las cosas para los militares se complicaban. Esto desmoralizaba poco a poco a los ochos, que fueron cediendo hasta que no quedó ningún militar con vida fuera de “El Hospital”.

Los militares habían decidido no seguir enviando más tropas al exterior, ya que, como las bandas atacaban en mayor número, habrían luchado en inferioridad de condiciones. Era preferible trasladar la pelea al interior, donde la movilidad era más difícil y no se podía pelear en grandes números.

A sabiendas de que eso era lo que los militares pretendían, Ca guió a la tropa al interior de “El Hospital”. Cada cual se metía por donde quería. Incluso hubo quien entró por las ventanas a los diferentes cuarteles. Ca, en cambio, no. Siguió por el exterior hasta llegar al cuartel central, ahí donde se ocultaba el comandante de la zona.

Ca se movía en su moto, arropado por una escolta de seguidores, gracias a la cual pudo llegar. Los tiradores disparaban desde las ventanas y Ca veía como, a medida que avanzaban, algunos de sus compañeros se desplomaban con el pecho cubierto de sangre o la cabeza reventada. Pero los disparos no alcanzaban a las personas que ocupaban las zonas centrales del grupo.

Finalmente llegaron a las puertas del edificio central. Se notaba claramente que en él había alguien importante, ya que era el más protegido de todos. A diferencia de los demás, un grupo de militares formaba un círculo alrededor del edificio. Esto los retrasó aún más, tiempo que los tiradores aprovecharon para seguir reduciendo el número de intrusos.

Una vez dentro, todo estaba preparado para dispersarlos. Los militares, en lugar de atacar ordenadamente, como solían hacer, corrían de lado a lado del cuartel, disparando a diestro y siniestro. Era difícil acertarles, así que se veían obligados a seguirlos y cada uno tomaba su propio camino.

-Por aquí, Polo –dijo Ca señalando unas escaleras descendentes.

Ca desmontó de su moto y miró hacia atrás, a Polo, pero no estaba ahí. Miró en todas direcciones, pero era imposible encontrar a nadie. Esperó unos segundos y, finalmente, dio media vuelta y bajó las escaleras.

Los pasillos inferiores estaban más tranquilos. Apenas había bajado nadie y lo único que se veía era algún que otro cadáver, de ambos bandos. Las luces que iluminaban los pasillos parpadeaban continuamente, dando un aspecto tétrico, a la vez que terrorífico, al lugar. Ca pensó si lo habrían hecho a propósito o sería un fallo de verdad. Pero no tenía tiempo para comprobarlo.

A la derecha encontró la primera sala. Tenía la puerta cerrada. Ca la abrió de una patada y entró con la ametralladora en alto. En el interior sólo encontró un despacho abandonado y destrozado, sin mayor interés. Pero el ruido de la patada alertó a unos militares que se encontraban cerca. Ca los oyó venir, así que se escondió tras el escritorio.

-¡Por aquí! Creo que es por aquí –dijo alguien.

Un militar entró en la sala. Ca no lo pensó dos veces y descargó una ráfaga contra su pecho. El militar se desplomó sin saber siquiera de dónde habían disparado. Los demás militares, alarmados, se colocaron a ambos lados de la puerta. Disparaban ráfagas cortas a turnos, sin dejar que Ca pudiera salir de su escondite. Ca tomó una de sus granadas, la desanilló y la sostuvo unos segundos en su mano, con los ojos cerrados. Hizo una cuenta atrás mentalmente. Cuando estaba a punto de explotar, abrió los ojos y la lanzó hacia la puerta. La granada explotó antes de caer al suelo. El escritorio protegió a Ca de la explosión, pero acabó hecho astillas sobre su cuerpo.

Ca esperó unos segundos y, como no oía nada, se levantó. Le entró un mareo y dolor de cabeza, por lo que se tuvo que apoyar en la pared hasta reponerse. Miró hacia la puerta. Estaba destrozada y se veía manchada de restos humanos. Fuera de la sala, el espectáculo era peor todavía: los cuerpos de cinco militares, completamente destrozados, adornaban las paredes.

No tardarían en llegar refuerzos, así que lo mejor era irse, y es lo que hizo. Prosiguió su camino sin incidentes, hasta que vio una sala bien iluminada al final de un pasillo. Se acercó sigilosamente. La sala estaba llena de militares, veinte o treinta. Entre la multitud consiguió distinguir al comandante. Pero se encontraba completamente rodeado y, seguramente, sería imposible alcanzarlo con un arma desde ningún sitio.

-¡Mierda! Yo solo no puedo hacer nada –dijo Ca para sí mismo.

Entonces se fijó en la verja del conducto de ventilación. Volvió a mirar a la sala. En todas las paredes había cinco o seis verjas como ésa. Si se metía en ella, sería más difícil que lo localizaran. Pero eso no era suficiente. Seguía sin tener ángulo para disparar. Una granada no serviría de mucho. Una veintena de militares protegerían al comandante con sus cuerpos y, además, esto delataría la posición de Ca, impidiéndole realizar un segundo ataque.

Ca valoraba todas las ideas que le pasaban por la cabeza, por absurdas que fueran, buscando la mejor de ellas. Mientras pensaba, Ca frotaba sus manos. La utilización de algún virus o gas sería lo mejor, pero no tenía nada de eso. Frotó su antebrazo derecho y, entonces, le vino una idea.

En el brazo derecho llevaba el último invento de Polo. Era algo que los militares no conocerían y eso los desconcertaría aún más. Ca entró en los conductos de ventilación. Paseó por los tubos hasta encontrar una verja que le diera un buen ángulo de visión sobre el pasillo en el que acababa de estar. Retiró la manga derecha y apuntó con el puño al pasillo.

El último invento de Polo era un pequeño aparato que generaba una onda de ultrasonidos superior a 20KHz. Este sonido era imperceptible por cualquier humano. Pero, al rebotar contra alguna pared o superficie, la frecuencia disminuía hasta unos 17KHz, haciéndolo perfectamente audible por un humano.

Ca lanzó las ondas sonoras contra el pasillo. Poco después, un sonido proveniente del pasillo alertó a los ochos. Podía parecer unas pisadas, o una persona moviéndose. Así que los militares corrieron hasta la puerta e hicieron una barricada con sus cuerpos. Dos militares salieron a investigar.

Ca no podía creer que hubiera funcionado. Pero no tenía tiempo que perder. Cuando se dieran cuenta de que no había nada, volverían a proteger al comandante. Ca sacó la pistola, comprobó el cargador y apuntó al comandante. Estaba temblando. No era muy apreciable, pero el comandante temblaba de miedo y a Ca le pareció divertido. Apretó el gatillo. El ruido del disparo alertó a todo el mundo, pero era demasiado tarde. El comandante tragó saliva y se llevó la mano al pecho antes de desplomarse. Ca se fijó en sus ojos. Los tenía completamente en blanco.

Los militares estaban alerta. Ca había esperado que la muerte del comandante los desconcertara, dándole una ventaja para huir. Pero estaban bien enseñados y lo primero era localizar al intruso. Otra vez iba a tener que improvisar. Sacó todas las balas de su pistola, pero no eran suficientes. Sacó también todas las balas de la ametralladora y las colocó mirando hacia la verja. Cogió una de las dos granadas con temporizador que tenía y la puso detrás de las balas.

Ca estaba junto a la verja por la que había entrado, cuando explotó la granada. Las más de veinte balas salieron disparadas, hiriendo a más de un militar. Esto creó la suficiente confusión para dejarle salir al pasillo. Ca empezó a correr antes de que nadie lo viera.

Habría subido al piso superior, pero no tenía armas, a excepción de su catana y un puñal. Así no podía pelear contra un grupo de militares, por lo que decidió permanecer en el subterráneo. Todos los pasillos presentaban el mismo estilo, medio vacíos y con las luces parpadeantes. Esto le facilitaba las cosas, ya que, como no había mucha gente, era fácil esquivar a todo el mundo. Además, el que la luz parpadeara hacía más difícil distinguir nada

Al girar en uno de los pasillos se encontró frente a frente con un militar. Ca sacó su catana y cortó la mano con la que el militar estaba sacando su pistola. Luego le dio con el pomo en la nariz y se la rompió. El militar cayó al suelo, dio un grito de alerta y Ca le rebanó la garganta. Los pasos de los militares ya se oían, así que Ca corrió, sin tiempo para coger la pistola del militar.

Ca corría sin un rumbo fijo. Sólo huía de los pasillos, en los que oía pasos. Llevaba varios minutos corriendo y el cansancio empezaba a hacer mella en él. Vio unas escaleras hacia abajo. Eso no le sonaba, no estaba en los planos, así que decidió cogerlas. Llegó a una sala oscura, con el techo bajo y el suelo encharcado. Miró la sala con cuidado y entonces vio una figura al fondo. Era una persona y estaba sacando su pistola. Ca saltó y se escondió tras unas cajas. El disparo rompió un cristal cercano.

Ca intentó escuchar los pasos de su agresor, pero era silencioso y el goteo cercano de una cañería dificultaba aún más la escucha. Además, todavía no se había acostumbrado a la oscuridad de la sala y apenas veía nada. Estaba mirando por un hueco entre las cajas cuando oyó un paso a sus espaldas. Dio media vuelta, alarmado, pero ya era tarde: el agresor apuntaba a su cabeza. Entonces pasó algo que no esperaba.

-¿Ca? –Ca no respondió, no sabía quien era y no estaba dispuesto a desvelarse ante cualquiera-. ¿Qué coño haces aquí? ¿Y tus armas?

-¿Quién eres?

El agresor dio un paso al frente. Entonces Ca distinguió a Beda. No había duda, era él, pero no había bajado el arma. Aun así, Ca decidió levantarse. Beda movió la pistola para llamar la atención de Ca.

-Todavía no te he dicho que te levantes.

-Pero… ¿Qué coño…?

-Tú no me gustas…

-¿Qué está pasando?

-Tú no me gustas y tú nos has metido en este lío. A lo mejor, si les entrego tu cuerpo me perdonan. ¿Qué crees?

-He matado al comandante y me persigue un grupo de ochos.

-Pues puedo entregarte a ellos. Podríamos esperarles.

-Seguro. Y también podríais tomar un té con pastas, no te jode. No, Beda, van a entrar con las balas por delante y, cuando no quede nadie con vida, preguntarán.

Beda estaba dudando. El sonido de unos pasos cercanos lo sacó de sus pensamientos. Miró hacia las escaleras y luego a Ca. Volvió a mirar a las escaleras. Finalmente bajó la pistola.

-Allí hay una verja. Da a las cloacas. A unos veinte metros hay unas escaleras. Saldrás a un paso de “El Hospital”. ¡Ve!

Ca se levantó, dio un paso en dirección a la verja y miró a Beda. Permanecía inmóvil. Dudó un momento y, al final, decidió que era mejor preguntar.

-¿Qué haces?

-Salvar tu jodido culo de oro.

-¿Por qué?

-Porque te necesitan más que a mí. Yo no puedo guiarlos como los guías tú. Al menos, no en batalla.

-¿Por qué no vienes?

-Eres más tonto de lo que pensaba. Esos ochos están persiguiendo a alguien. Si no encuentran a alguien, seguirán buscando. Y no dudes que te encontrarán. Permíteme entonces adjudicarme el mérito de haber matado al comandante y asumirlo ante tus perseguidores.

Ca iba a decir algo, pero los pasos se oían demasiado cerca. Al final salió corriendo hacia la verja. Una vez dentro, volvió a observar a Beda. Se había colocado en posición para una emboscada. La cloaca olía a cadáver putrefacto y el suelo estaba cubierto de una masa gelatinosa y probablemente contaminada. Con cierta dificultad, Ca avanzó hasta alcanzar las escaleras que Beda le había dicho. Los disparos se oían al fondo. Eso era bueno: quería decir que seguía vivo.

Subió las escaleras y, tal como Beda le había dicho, apareció a unos cinco metros de “El Hospital”. Pero el sitio no estaba como él lo esperaba. En algunos sitios, la batalla había vuelto al exterior y Ca se encontraba rodeado de militares. Uno de ellos, probablemente el primero que se percató de su presencia, le disparó. El tiempo pareció ralentizarse, el ruido se escuchaba cada vez más lejano y le costaba respirar. Se desplomó.

Apenas podía ver lo que pasaba a su alrededor y tampoco oía bien. Pero, aun así, permanecía atento a todo lo que pasaba. Un vehículo apareció en la zona. Ca supuso que era de los ochos, por el color. Un grupo de gente pasó junto a él. Alguno incluso lo pisó. Se dirigían al vehículo. Una persona se paró junto a él.

-Éste sigue vivo –le oyó decir.

-Cógelo. Podremos usarlo en NERALO –dijo otro.

Ca se desmayó cuando lo estaban levantando.