Ciudad del caos

“Neralo. Ciudad del caos” es la primera novela de una trilogía de fantasía y ciencia ficción que se va a ir creando en esta bitácora. Es una novela viva. Por lo tanto, aunque a grandes rasgos ya está escrita en mi cabeza, los comentarios y aportaciones de los lectores podrán ir modificando el transcurso de la historia. Subiré un nuevo capítulo cada sábado. Para leer la novela en su orden correcto, selecionar "Orden posts:Ascendente". Más en: www.neralo.info

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Lugar: Bilbao, Bizkaia, Spain

07 octubre 2006

15. Castigo

Hacía dos días que los militares habían tomado el cuartel de los dragones. Aparentemente habían sido dos días de descanso, pero, en realidad, nadie descansó. Los militares aumentaron la búsqueda de infiltraciones, hasta que dieron con uno de los dos espías que los payaos mantenían. Las cuatro bandas aprovecharon este tiempo para reorganizarse y planear nuevas estrategias de ataque.

Una carta llegó a los cuarteles de todas las bandas y colocaron carteles en todos los distritos con la misma información. Cuando Elo tuvo la suya entre sus manos, hizo llamar a las personas que consideró que debían leerla. Se congregaron en la sala de reuniones. Elo presidió la mesa. Se puso en pie para que todo el mundo pudiera verle bien.

-Acaba de llegar esta carta –Elo zarandeó la carta sobre su cabeza-. Es de los ochos. Dicen que han capturado a un espía entre los suyos y van a castigarlo públicamente. Creo que es uno de los nuestros, pero todavía no sé seguro quién es. También dicen el lugar y la hora en la que se hará el castigo. No va a ser un espectáculo agradable. Ni creo que sea conveniente que la gente vaya a verlo. Así que necesito vuestra ayuda para convencer a todo el mundo de que no acuda.

-Pero, si es de los nuestros… No podemos dejarlo así. Tenemos que ir a apoyarlo en este momento.

-Sí, iremos, pero sólo unos pocos. No más de cinco personas –respondió Many.

-Y, ¿qué cinco personas irán?

-Cinco personas que no se echen atrás por ver cómo torturan a un compañero. Para eso se hacen estas cosas, para asustarnos. Y no podemos permitirnos perder gente por una tontería así –añadió Ca.
***

Llegó el momento de la ejecución pública. El casco viejo de la ciudad estaba más silencioso que de costumbre. Los militares patrullaban en grupos de cinco o seis para impedir disturbios. La plaza frente a la iglesia estaba tomada por los ochos y algunos civiles esperaban nerviosos en la zona. El sol, escondiéndose, teñía el cielo de rojo, haciendo aún más macabro el momento. El portón de la iglesia se abrió y salió un militar de alto grado acompañado de dos soldados que tiraban de un hombre. Ca miró a Elo quien, con gesto lastimero, asintió. Jeul y Sombra también estaban allí. El militar de alto rango empezó a leer un discurso.

-Lo siento –dijo una voz a sus espaldas.

Todos se volvieron para ver la procedencia de la voz. Eón estaba de pie. Lo miraron de arriba a abajo. No sólo no llevaba escolta, sino que parecía desarmado.

-Gracias –respondió Elo-, pero no es culpa tuya que lo hayan apresado.

-No, no lo digo por eso. Lo digo por dejaros de lado en la reunión que hicimos en la Sala.

Como nadie sabía qué responder, optaron por permanecer en silencio. Tras unos minutos muy tensos, Eón decidió seguir hablando.

-Sé que no puedo arreglar la decisión que tomé. Pero quiero revocarla. Me gustaría unirme a la alianza. Si me dejáis, claro.

Ca y Elo se miraron mutuamente a los ojos. Ninguno dijo nada, pero los dos comprendieron lo que el otro opinaba, así que, finalmente, ambos asintieron.

-Después de la ejecución, acompáñanos a nuestro cuartel –dijo Elo.

Eón fue a decir algo, pero como el discurso terminó en ese momento, decidieron prestar atención a lo que pasaba. Los militares ataron los brazos y las manos del espía con una cuerda que luego ataron a unos postes previamente colocados. Un nuevo militar apareció por el portón de la iglesia. Era enorme. La impresión que causó entre los asistentes fue debida a las facciones de neandertal que tenía.

Sacó un cuchillo de su cinturón y, con la ayuda de éste y de sus manos, rasgó la ropa del condenado hasta dejarlo completamente desnudo. Antes de volver a guardar el cuchillo, le golpeó con el mango en la nariz y se la partió. El espía gritó de dolor. Tomó un látigo, también de su cinturón, y le golpeó repetidas veces por todo el cuerpo. Tenía golpes y moretones por todas partes. Cuando el verdugo se dio por satisfecho con el trabajo, dejó el látigo y puso la mano palma arriba para que le dieran dos instrumentos similares a clavos de más de medio metro. Clavó con violencia cada uno en un hombro. Luego tomó un martillo de su cinturón y golpeó con él en el saliente, desgarrando y rompiendo el hombro.

Cualquier persona habría perdido ya el conocimiento, pero la crueldad de estas ejecuciones públicas llevaba a los militares a inyectar sustancias en los cuerpos de sus víctimas para impedirlo. Así que el torturado continuó gritando y llorando. El verdugo golpeó en el otro clavo y destrozó el otro hombro, como si fuera de mantequilla. Como ambos hombros podían terminar de partirse en cualquier momento y quedar así suelta una de las extremidades, el verdugo le colocó un collar perruno en el cuello, que luego ató a ambos palos.

Una vez asegurado el cuerpo, continuó con la tortura. Un soldado le trajo un caldero de agua hirviendo que, a pesar de que tendría unos veinte litros, levantó sin ningún problema y lanzó contra el pecho de la víctima. El dolor de la piel derritiéndose y la carne viva friéndose era tal que no pudo evitar convulsionarse violentamente. Una de estas convulsiones le partió el brazo derecho, que quedó colgado del poste. Cuando terminaron las convulsiones, para sorpresa del verdugo, el condenado seguía con vida. El cuerpo colgaba del collar que tenía en el cuello, pues no tenía fuerzas para sostenerse, y poco a poco se iba asfixiando. El verdugo levantó el cuerpo para que no se asfixiara, ya que eso no habría sido divertido.

Con el cuerpo mutilado y medio muerto del espía sobre la espalda, fue hasta el centro de la plaza. Ahí tiró el cuerpo. Esta vez no se quejó, y no porque no quisiera, sino porque de tanto gritar había destrozado sus cuerdas vocales. El verdugo decidió que era hora de concluir el espectáculo, así que tomo una cuerda gruesa que enroscó en la cintura del condenado. Luego puso el pie sobre ésta y empezó a tirar de los extremos. La cara del verdugo empezó a tomar un color rojizo de la fuerza que estaba haciendo. Lanzó un grito ensordecedor y partió el cuerpo en dos. El verdugo dio una patada a las piernas del espía para que todo el mundo viese claramente que estaba partido por la mitad. Uno de los soldados que estaban en la plaza empezó a vomitar en ese instante. El militar que había dado el discurso se adelantó y comenzó con uno nuevo, pero nadie, excepto los militares que tenían que hacer guardia, se quedó en la plaza pare escucharlo.
***

Los líderes de la alianza y Eón estaban en la sala de reuniones, además de los alas rojas y algunas de las personas de confianza. Estaban interrogando a Eón para comprobar que no pretendía aliarse a ellos para luego traicionarlos.

-Y, ¿a qué se debe ese cambio? ¿Por qué ahora sí quieres aliarte a nosotros?

-No sois los únicos que tenéis espías entre los ochos. Los demás también tenemos. Caen como moscas, pero los tenemos. Y, por lo que me han dicho, los militares no van a conformarse con tomar sólo vuestros territorios –señaló a Ca-. Nos quieren aniquilar a todos. Da igual quiénes seamos, sólo nos espera la muerte, o algo peor.

-¿Qué información tienes?

-Los próximos van a ser los puños metálicos. Les he informado, pero esos idiotas no han querido creerme.

-Los lagartos siempre han sido de los nuestros, nunca han traicionado a ninguna banda –comentó Sombra-. Yo creo que podemos fiarnos de ellos.

-Por mí bien –añadió Jeul.

-¿Cuándo van a atacar?

-Mañana, hacia el mediodía.

-No nos vendría mal más ayuda, ¿no crees Ca?

-Sí, tienes razón, Elo. Pero… Bueno, es igual. Estaba pensando que podríamos aprovechar el ataque de mañana para intentar reunir a las siete bandas. Los predadores y los puños metálicos siempre se han llevado muy bien. Así que, si atacan a los puños, los predadores también se sentirán atacados.

-No sé… Pero podemos intentarlo. ¿Contamos con tus tropas, Eón?

-Sí, claro.

-Bien, entonces el plan será el siguiente –Ca tomó un plano de la ciudad y, por medio de dibujos, explicó su plan.