Ciudad del caos

“Neralo. Ciudad del caos” es la primera novela de una trilogía de fantasía y ciencia ficción que se va a ir creando en esta bitácora. Es una novela viva. Por lo tanto, aunque a grandes rasgos ya está escrita en mi cabeza, los comentarios y aportaciones de los lectores podrán ir modificando el transcurso de la historia. Subiré un nuevo capítulo cada sábado. Para leer la novela en su orden correcto, selecionar "Orden posts:Ascendente". Más en: www.neralo.info

Mi foto
Nombre:
Lugar: Bilbao, Bizkaia, Spain

26 agosto 2006

9. Los juegos de Morgana

Llegó la noche y Ca, Elo y otras doce personas -seis dragones y seis payasos- fueron al encuentro de los payasos de Rob. Estaban en lo que antaño era un parque y ahora, en territorio de los payasos, se había convertido en una zona de entrenamiento. Lo que fue un estanque, probablemente con patos, era ahora una enorme jaula dividida en secciones. En ella se practicaban juegos crueles en los que mucha gente perdía la vida. Junto a la jaula se encontraban los rivales. El que parecía ser el líder se acercó a Elo. Llevaba una máscara blanca que cubría su rostro, y las ropas anchas y holgadas impedían distinguir si se trataba de una mujer o un hombre. Se inclinó con una reverencia burlona.

-Nuestro amado líder y señor, el grandísimo Elo, nos honra con su visita.

-Morgana, ¿te importaría terminar esta patraña? No estamos aquí en una visita cordial.

-¿Patraña? ¿Patraña dices? ¿Cómo te atreves? La única patraña aquí eres tú. No mereces el puesto que te han dado.

-No opina eso la mayoría de los payasos.

-Porque la mayoría de los payasos no sabíamos que nos traicionarías de esta manera. Pero estamos aquí para jugar. ¡Que empiecen, pues, los juegos!

-Sólo una persona tan sádica como tú podría llamar juegos a esto. ¿Qué tenemos que hacer?

-Por el momento, darme a dos personas.

Tras una pequeña selección, salieron una persona de cada banda. Morgana los condujo dentro de la jaula y luego metió a cada uno de ellos en una sección, completamente incomunicado del otro. Luego hizo lo mismo con dos de sus hombres.

-Esta prueba es muy sencilla. Cada sección esta completamente incomunicada. Tienen un botón. La persona que está dentro deberá decidir si quiere pulsarlo o no. Pero toda acción tiene una consecuencia. Si las dos personas pulsan el botón, ambas morirán. Si sólo lo pulsa una de ellas, esa persona sobrevivirá y la otra morirá. Y si ninguno de los dos lo pulsa, ambos morirán. Veamos, pues, qué pasa. Tienen cinco minutos para decidir qué hacer con el botón.

Morgana dio por terminada la explicación y no volvió a hablar hasta pasados los cinco minutos. Mientras, observó la jaula sin casi pestañear, a pesar de que era imposible que nadie saliera de ella.

-Bueno, ya se ha terminado el tiempo. Veamos qué ha pasado –hizo un gesto con la mano y, a su señal, cuatro personas se dirigieron a cada una de las secciones y las abrieron-. ¡Huy, que pena! Parece que ninguno pasa la prueba. ¡Qué le vamos a hacer! Siguiente prueba.

-¿Qué clase de monstruo ocultas tras esa máscara?

-¡Ay, qué niño más rico! Quiero que el rubito participe en la próxima prueba –el chico rubio nunca estuvo tan arrepentido de haber hablado-. ¿Qué os parece una pelea? Bueno, ¿qué más da? Aunque no os guste la idea, las reglas las hago yo.

Morgana soltó una risa exagerada que sólo pretendía enojar a sus rivales.

-¿Qué clase de pelea? –preguntó Ca.

-Muy simple. Dos personas. El rubito contra Mastodonte.

Un hombre de unos dos metros de alto y casi tanto de espalda dio un paso al frente.

-Es una pelea injusta –se quejó Elo.

-Espera, nuestro gran líder –hizo una pequeña pausa para disfrutar de su burla-. La cosa no acaba ahí. Mastodonte peleará con las manos desnudas. El rubito podrá elegir un arma. Pero, claro, una de las armas que yo le ofrezca. ¡Ven aquí, muchacho!

El muchacho rubio miró asustado a Ca, quien le hizo un gesto con el que pretendía decir “lo siento”. Así que, despacio y con miedo, el rubito se acercó a Morgana.

-Bien, elige tu arma –mientras decía esto, sacó una manta en la que tenía guardadas diferentes armas.

-Pero… ¿Qué es esto? ¡Eso no son armas!

Morgana se rió con su risa estridente y forzada, una vez más, con la intención de incomodar al muchacho.

-¿Cómo que no son armas? ¿Acaso quieres que te clave este picahielos en el pecho? Y, ¿qué me dices de estos tenedores? La verdad, tiene que ser muy incómodo que te claven uno. ¿No te parece? –Morgana volvió a reírse con su, ya, habitual risa -. Entonces, dime, muchacho. ¿Qué arma quieres?

-Pues, no sé. Es que ninguna parece útil.

-Tienes dos minutos para elegir. Si no coges una, te quedas sin ella.

Uno de los dragones estuvo a punto de reprocharle su crueldad, pero se lo pensó dos veces y, al final, decidió permanecer callado. Mientras, el muchacho rubio miró, una a una, todas las armas que Morgana le ofrecía y valoró las posibilidades de cada una de ellas.

-Tic-tac, tic-tac, muchacho –lo apremió Morgana.

-Ésta –dijo dudoso-. Me quedo con ésta.

-¿Ésa? Pero si es la peor de todas –rió Morgana.

-No estés tan segura, bruja. Una escoba como ésta tiene mucha utilidad.

-Está bien. Pues que empiece la pelea. Por cierto, muchacho, no hace falta que limpies la jaula. De todas formas, tendrán que volver a hacerlo cuando acaben contigo.

El muchacho rubio y Mastodonte entraron en la jaula. El muchacho colocó su pie sobre la escoba y tiró de ella, separando el palo de la base. Retiró la base con el pie y agarró el bastón con ambas manos en una posición defensiva. Era un bastón metálico, pero no demasiado duro, así que, como protección, no le serviría de mucho.

Mastodonte, haciendo honor a su nombre, salió corriendo con la cabeza por delante en dirección al muchacho. Éste tomó una de las puntas del bastón y la estrujó. La alzó como si de una lanza se tratara y Mastodonte, que no había visto la jugada, siguió corriendo hasta quedar clavado con la punta del bastón atravesando uno de sus ojos. El muchacho cayó por la fuerza del impacto, mientras Mastodonte yacía tendido en el suelo. Morgana se acercó a la jaula, completamente irritada.

-¡Felicidades, muchachote! Me has sorprendido. Parece que te has salvado. Pero esto no quedará así. No te mato ahora mismo porque las reglas no lo permiten. Pero puede que sean tus amigos quienes lo hagan –su risa era esta vez mucho más forzada que de costumbre-. La próxima prueba va por cortesía de… ¿Cómo te llamas, muchacho?

-Me llaman Rayo –dijo con una seguridad y confianza que no había mostrado hasta entonces.

-Bien, entones, la próxima prueba deberéis agradecérsela a Chispita. Que vengan cinco personas. No, mejor que vengan seis –tras unos segundos, seis personas dieron un paso al frente-. Acercaos, no voy a comeros, prefiero torturaros –su risa recuperó el tono habitual-. Entrad en la sección cinco de la jaula. En la zona derecha.

La sección cinco estaba dividida en cuatro partes. Las seis personas hicieron lo que les había dicho. Mientras, otras seis personas entraron en el extremo opuesto, quedando, entre los dos grupos, dos partes más.

-Esta prueba es muy sencilla. Vamos a tirar seis ametralladoras en las zonas intermedias. Luego abriremos vuestras jaulas a la vez. Lo único que tenéis que hacer es correr a por una ametralladora y disparar. Si conseguís matarles antes de que cojan sus ametralladoras, mejor para vosotros. Los de fuera, abrid bien los ojos, que esta prueba no suele durar mucho.

Morgana hizo un gesto con la mano y las dos zonas se abrieron. Todos salieron en estampida sin preocuparse lo más mínimo de los demás. El primero en coger una ametralladora fue uno de los payasos de Rob. Éste lanzó una primera ráfaga. Las balas impactaban con gran violencia en los cuerpos. Eran balas explosivas. Una chica, que se encontraba en cabeza del otro grupo, recibió el impacto de la mayoría de las balas de esa primera ráfaga. La explosión fue tan fuerte que ninguno de los restos que quedaron medía más de un centímetro. También explotó la cabeza de uno de los chicos que corría y el pecho del que estaba detrás de él.

Tras el primer ataque, una chica de cabellos rubios saltó a por una de las ametralladoras y, desde el suelo, lanzó su primera ráfaga. Los tobillos de cuatro personas reventaron y éstas cayeron al suelo. Aprovechando la situación, los dos chicos que quedaban sin ametralladora cogieron una cada uno y dispararon contra los dos payasos de Rob que quedaban en pie.

-No ha sido tan difícil –dijo uno de los chicos-. Creo que hemos vuelto a ganar.

El chico dio media vuelta para marcharse y, entonces, cuatro balas atravesaron su pecho, reventándolo en mil trocitos. La chica disparó contra los payasos que tenían el tobillo destrozado. Pero antes de que todos los payasos murieran, alguno consiguió lanzar una nueva ráfaga y mató a las dos personas que quedaban.

-Parece que esta vez gano yo. Aunque no con muy buenos resultados –miró a la jaula con desprecio-. Sacad a ése de ahí. Me estoy cansando ya de estos juegos. Vamos a por un último juego antes del plato fuerte –hizo una pequeña pausa y miró a las personas que quedaban en el grupo contrario-. Vamos a ver: estáis vosotros dos, para luego claro, Chispita, que se ha salvado, y sólo tres personas más. Veamos a qué podemos jugar… ¡Ya lo tengo! ¡Que vengan los tres!

Las tres personas se acercaron. Morgana separó a dos de ellos y los esposó juntos. Luego los metió en una zona de la jaula e introdujo en otra a la persona restante. En otra metió a una pareja de payasos de Rob y en la otra a uno solo. Entregó a los que estaban solos una pistola con una sola bala.

-El juego es muy sencillo. Un grupo se peleará contra el otro. Pero aquí tenemos cuatro grupos. Los que van a elegir quiénes van a pelear son los que he dejado a solas. Por cierto, mi solitario se llama Rufo. ¿Y el vuestro?

-Me llamo Ave, gracias por preguntar –dijo con gran desprecio.

-Lo que tenéis que hacer es muy simple –dijo dirigiéndose a Rufo y Ave-. Si queréis que peleen los otros dos, sólo tenéis que pegaros un tiro en la cabeza. Por el contrario, si preferís pelear, disparad al suelo. Nosotros nos encargaremos de matar a la pareja. Así que vosotros elegís.

Ave era un chico joven de los dragones. Este, con mano temblorosa, levantó la pistola y la introdujo en su boca. Las lágrimas corrían por su cara mientras su amigo, que era uno de los de la pareja, le suplicaba que no lo hiciera. Entonces, un disparo silenció a todo el mundo y el muchacho cayó de rodillas al suelo.

Mientras, Rufo miraba atentamente la pistola, sin hacer ningún movimiento. De repente soltó un grito de rabia y furia. Alzó la mano con rapidez y decisión y metió la punta de la pistola en su boca. Pero un segundo más tarde la apartó y disparó al suelo. Se desplomó tembloroso y con los ojos llorosos.

Una persona con una ametralladora, a la orden de Morgana, alzó el arma y descargó el cargador al completo contra sus compañeros enjaulados.

-Bueno, ya podemos empezar. Esta vez tenéis ventaja, son dos contra uno. Pero deberán permanecer unidos por sus esposas. Además, creo que mi Rufo se basta para matar a vuestros dos monigotes.

-Preferiría que nos llames por nuestro nombre. No vaya a ser que te matemos sin que lo sepas.

-¡Ay, que gracioso! Pues, ¿cómo te llamas?

-A mí me llaman Tinto. Él es Bera.

-Tinto, Bera, encantada de veros morir. ¡Que empiece la pelea!

Tinto y Bera empuñaban sus espadas en posición de ataque. Permanecieron un rato sin moverse, sólo mirándose. Bera estornudó y, sobresaltado, Rufo arremetió contra sus oponentes. Tinto y Bera hicieron lo mismo. Rufo golpeaba con sus dos espadas como si de mazas se tratara. Bera también usaba la suya como un garrote. Pero Tinto, que la manejaba con la derecha, la movía con más soltura. Tras unos segundos de golpes y empujones, Rufo clavó su espada en el pecho de Bera y, aprovechando la distracción que esto había causado, Tinto amputó la mano izquierda de Rufo. Acompañado de un grito de dolor, Bera sacó la espada de su pecho y retrocedió hasta una distancia prudente, arrastrando a Tinto. Bera cayó al suelo, convulsionándose.

-¡Mierda! ¿Cómo estás?

Bera intento decir algo, pero, en lugar de eso, de su boca sólo salió sangre. Rufo, con intención de aprovechar la situación, tomó la espada que le quedaba en posición de estocada y corrió hacia Tinto. Éste no podía levantarse por el peso del cuerpo de su compañero, así que, con un movimiento rápido de muñeca y cadera, le clavó la espada a Rufo desde abajo. Pero el movimiento no fue lo suficientemente rápido y la espada de Rufo atravesó el hombro de Tinto. Los tres estaban tirados en el suelo, heridos. Pero sólo la herida de Tinto no era mortal.

Seis personas entraron en la jaula y, tras separar a los esposados, de dos en dos, cogieron los cuerpos. A Tinto lo dejaron junto a Rayo. A los otros dos los dejaron con los cadáveres, a pesar de que todavía estaban vivos.

-Y, ¡la prueba final! Ésta es la mejor de todas. Pero necesitamos más espacio. Así que voy a abrir todas las secciones. Tendremos toda la jaula para nosotros. Vamos a tener que esperar. Pero no creo que os importe.

Morgana hizo una señal y todos sus súbditos empezaron a trabajar. En pocos minutos, el interior de la jaula estaba completamente vacío. Morgana hizo meter cuatro motos idénticas y luego invito, con un gesto amable, a entrar a Ca y Elo. Seguidamente, Morgana y un muchacho entraron en la jaula.

-Esto es muy sencillo. Es una pelea de verdad. Una pelea de motos. Así que, cada uno, coged una moto –hizo una pausa y, al ver que no montaban, continuó-. Son todas iguales, por si os lo estáis preguntando –esperó a que Ca y Elo montaran en las motos-. Si miráis bien, encontraréis una pistola en cada moto. Tienen una única bala –dejó tiempo para que comprobaran sus cargadores-. Sólo se podrá salir de aquí cuando uno de los equipos esté muerto. ¡Encended los motores!

Las cuatro motos arrancaron y empezaron a dar vueltas por la jaula para coger velocidad. Tras unos minutos, un disparo al aire anunció el principio de la pelea. Ca, al estar más próximo a Morgana, se acercó en su persecución. Mientras, Elo y el chico, que estaban cada uno en una punta de la jaula, se colocaron uno frente al otro y avanzaron a toda velocidad. Esperaron a estar lo suficientemente cerca para levantar sus pistolas. Pero, aun así, ninguno disparó, ya que las posibilidades de acierto eran casi nulas. La estrategia parecía ser la de pasar uno junto al otro y disparar en ese momento. Pero, cuando estaban a sólo dos metros, Elo hizo un cambio repentino y tiró la moto al suelo. El chico, que no pudo reaccionar a tiempo, chocó contra la moto y salió lanzado por encima de ella. El impacto lo dejó aturdido, así que Elo aprovechó ese momento para acercarse y dispararle en la cabeza.

-¡Uno menos! Voy a ayudarte –fue donde las motos y vio que ambas estaban destrozadas-. Negativo, tío. Las motos han caído, no puedo seguirte.

Ca levantó el pulgar en señal afirmativa. Continuaba persiguiendo a Morgana. Pasaron varias veces junto a Elo, y Morgana pudo haberlo matado. Pero prefirió guardarse su disparo para Ca, quien, ahora mismo, sí que era un peligro. Entonces, Ca aceleró su moto repentinamente y se colocó a la par de Morgana. Le dio un puñetazo en la cara, pero la máscara que llevaba absorbió la mayor parte del golpe, rompiéndose, mientras Morgana perdía el equilibrio y caía al suelo. Trozos de su máscara se incrustaron en la mano de Ca, dejándola cubierta de sangre.

Ca viró con su moto y fue hasta donde Morgana estaba tirada. Se acercó a ella, apuntó con su pistola a la cabeza y entonces le pasó algo que nunca antes le había ocurrido. Se fijó en su rostro, antes cubierto por la máscara. Era una mujer muy guapa. Tenía la piel blanca y los labios rojos. Sus ojos rasgados estaban decorados con pintura negra y su pelo, también negro, se revolvía juguetonamente por el suelo. Aprovechando el atontamiento repentino de Ca, Morgana alzó su mano con la pistola en ella. Un repentino disparo sacó a Ca de sus ensoñaciones. La mano derecha de Morgana había desaparecido. Elo, que tenía la pistola de su víctima entre las manos, era quien había hecho el disparo.

Tenía que matarla. Pero, por primera vez en su vida, no quería hacerlo. Se le ocurrían muchas cosas que hacer con Morgana, y entre ellas no estaba la de matarla. Pero tenía que hacerlo. Ca cerró los ojos, bajó la pistola hasta la altura del pecho y, cuando los abrió, Morgana yacía en el suelo con el pecho ensangrentado. En ese momento, un hombre abrió la puerta de la jaula.

-Habéis ganado. Las reglas son las reglas. Pero no contéis con nuestra ayuda.

Ca y Elo salieron de la jaula. Fueron a donde Rayo y Tinto, que estaban sentados en un banco, descansando del esfuerzo realizado. Tinto permanecía consciente. Pero, por la cantidad de sangre que había perdido y la que seguía perdiendo, no seguiría mucho tiempo así. Elo se acercó a Rayo.

-¿Puedes llevar a Tinto? Necesita curación urgente.

-Y, ¿vosotros?

-Luego te cogemos. Tenemos que hablar.

Rayo montó en su moto y Elo y Ca ayudaron a Tinto a subirse. Esperaron a quedar completamente solos en el parque.

-¿Qué te ha pasado?

-No lo sé.

-Eso no me vale. Si te pasa lo mismo mientras peleamos contra los ochos, estamos muertos. La gente confía en ti. Si tú te desanimas, ¿qué crees que pasará con la gente? Y yo me juego mucho al estar contigo. Así que ya te estás explicando.

-Te juro que no lo sé. Hace una semana la habría matado sin miramientos. Pero ahora, me he quedado atontado, mirándola. En vez de verla como la asesina que se suponía que era, la veía sólo como una mujer. Y encima, me gustaba.

-¿Qué tontería es esa?

-Sí. No lo sé. Pero la verdad es que hace una semana tampoco me habría importado que tú tuvieras unos desertores. Y sin embargo, ahora estaba preocupadísimo y me sentía culpable por ello.

-Y, ¿qué vas a hacer?

-No volverá a pasar.

-Eso espero. Al más mínimo síntoma… te abandono.