Ciudad del caos

“Neralo. Ciudad del caos” es la primera novela de una trilogía de fantasía y ciencia ficción que se va a ir creando en esta bitácora. Es una novela viva. Por lo tanto, aunque a grandes rasgos ya está escrita en mi cabeza, los comentarios y aportaciones de los lectores podrán ir modificando el transcurso de la historia. Subiré un nuevo capítulo cada sábado. Para leer la novela en su orden correcto, selecionar "Orden posts:Ascendente". Más en: www.neralo.info

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Lugar: Bilbao, Bizkaia, Spain

29 julio 2006

5. Guerra civil

Ca estaba reunido con todos los jefes y otras personalidades importantes de los dragones. Tenían un plano encima de la mesa y estaban haciendo diferentes dibujos en él.

-Es una estupidez atacar nosotros solos al ejército –dijo uno de los jefes.

-Hay que aprovechar ahora que están débiles. Después del golpe que les dimos, no tendrán mucha fuerza de ataque. Y tenemos que impedir que se recuperen antes de que nos unamos en una sola banda. El único objetivo de la misión es molestarles un poco.

-Sigue sin gustarme la idea.

-Pues no vengas. Somos treinta y siete personas sin ti ni los tuyos. Podemos prescindir de vosotros. Todos los demás, id bajando al garaje.

Todos menos Malu, con quien Ca había estado hablando, empezaron a salir de la sala. Ca se acercó a uno de los científicos de los dragones. Le agarró por el hombro e impidió que saliera de la sala.

-Tú todavía no te marches. ¿Habéis terminado ya las modificaciones de mi moto?

-No. Es un mecanismo más complicado de lo que creíamos. Vamos a tardar más tiempo de lo previsto.

-¿Cuánto más?

-Uno o dos días. A lo mejor tres.

-¡Mierda! Voy a tener que usar otra moto. Márchate a seguir con ello. La necesito antes de la gran batalla.

El científico se marchó y Ca se dirigió al garaje con los demás. Allí cada uno tomó un arma y montó en el vehículo que se le había asignado. Ca cogió las armas de costumbre y subió a una moto azul de carreras. Luego se puso en cabeza y miró a su tropa.

-Los dos camiones van a ir por delante. Son del ejército, así que pasarán desapercibidos. En la parte trasera vais a entrar diez personas, más dos conductores por camión. Los demás nos dividiremos en dos grupos. Una vez los camiones entren en la base, el primer grupo va a salir al ataque. Cuando los ochos salgan a defender, el segundo grupo y los de los camiones los encerramos con un ataque sorpresa. ¿Entendido? –todo el mundo asintió-. Bien, ¡duro con ellos!

Se abrió la puerta del garaje y los vehículos salieron del cuartel. Enseguida hubo una distancia prudente entre los camiones y las motos, para que nadie sospechara. Además, iban tomando diferentes caminos, pero acababan llegando al mismo sitio. Cuando llegaron al distrito militar, habían dado tantas vueltas y se habían separado en tantos grupos que nadie habría sido capaz de decir que iban juntos.

Primero llegaron los camiones, que fueron directos al cuartel. Luego llegaron las motos, que se escondieron tras un edificio en ruinas que había enfrente. Los camiones pasaron los controles y estaban entrando cuando un primer grupo de motoristas empezó a hostigar a los militares. Parecía un pequeño grupo de pandilleros alcoholizados, así que los que hacían guardia no dieron la alarma y salieron a detenerlos. Cuando todos se hubieron separado de sus zonas de guardia, Ca dio la señal y el resto de motoristas, así como las veinticuatro personas que estaban en los camiones, comenzaron el ataque. Todo salía según lo previsto y los militares que hacían guardia se vieron encerrados. Entonces, un rayo rojo cruzó el cielo y una de las motos que se acercaban explotó. Le siguió una lluvia de rayos rojos que impactaban contra las motos, las cuales iban explotando una tras otra. Ca, sorprendido por lo que estaba pasando, miró hacia el edificio y encontró a una veintena de militares apostados en las ventanas. Todos llevaban cañones láser.

-¡Mierda! ¡Retirada! ¡Salid de aquí!

Uno de los camiones ya había arrancado y, mientras la gente subía al otro, un misil los hizo explotar. La mayor parte de los veinticuatro murieron en el acto. Los escasos supervivientes corrieron hacia las motos, que intentaban una retirada. Uno de ellos llegó a donde Ca y se montó como paquete. Mientras, los militares a los que habían intentado encerrar cargaban con sus ametralladoras. Media docena de ellos subieron a sus motos y salieron en persecución de los supervivientes, que tuvieron que dividirse en grupos para obligarles a separarse. Dos de las motos fugitivas siguieron el mismo camino de Ca, mientras uno de los militares les pisaba los talones. Ca vio por el espejo retrovisor cómo a uno de los motoristas le reventaba el cristal del casco y se desplomaba en una explosión de sangre. El paquete de Ca también vio la escena.

-Ca, lleva balas con bola explosiva. Corre, no quiero que me dé una de esas…

Antes de que terminara la frase, un chorro rojo salió del otro motorista e inmediatamente su pecho reventó esparciendo sus restos en todas direcciones. Una bala rozó a Ca debajo del brazo mientras su compañero explotaba. Ca no pudo mantener el equilibrio y cayó al suelo. El militar se paró junto a ellos. Uno de los cuerpos estaba esparcido a lo largo de unos metros. El otro, Ca, estaba tan cubierto de restos humanos que parecía que él también hubiera explotado, así que, dándolo por muerto, se marchó.

Cuando hubo desaparecido, Ca se levantó con dificultad, tambaleándose hasta que pudo mantenerse en pie. Se quitó el casco, que estaba completamente abollado, y se acercó a la moto. Estaba destrozada, al igual que las otras, así que empezó a andar. Procuraba ir por callejones y calles poco transitadas. No se le hizo fácil localizar una de las entradas a los subterráneos, ya que todavía se encontraba en el distrito militar. Finalmente dio con una, pero estaba bloqueada por una enorme barricada de piedras y escombros. Ca empezó a quitarlos para hacer una apertura por la que poder pasar.

A pesar de que llevaba más de hora y media retirando piedras, todavía no se veía ningún hueco. Movido por la desesperación, olvidó las precauciones y empezó a lanzar violentamente las piedras que iba cogiendo. Alertado por el ruido, un militar se acercó a ver qué ocurría. Era un muchacho de unos quince años. Se miraron y se apuntaron mutuamente con sus ametralladoras. A Ca le temblaban las manos por las heridas y el cansancio, al muchacho por el miedo, así que ninguno se atrevía a disparar. Pasaron un rato completamente quietos, mirándose. Finalmente, Ca soltó la ametralladora, que quedó colgada de su hombro, y levantó los brazos. Después de una pausa, en la que, como Ca esperaba, el militar no disparó, se dio media vuelta y empezó a andar.

Cuando se hubo alejado lo suficiente, cambió su paso tranquilo, seguro y relajado por una huida rápida y desesperada. Tenía que llegar a un subterráneo lo antes posible. Recordaba otra entrada cercana y, esperando que ésta no se hubiera derrumbado, corrió hacia ella sin importarle que le vieran. No había demasiada gente por las calles a esas horas, pero todo las personas con las que se cruzó se giraban sorprendidos al verle pasar. Finalmente llegó a la entrada subterránea, que, por suerte para él, era perfectamente accesible.

El subterráneo estaba oscuro, y apenas se veía nada. Ca se sentó al fondo, bajando las escaleras, donde nadie que pasara cerca lo habría visto, y aprovechó para descansar un rato. Cuando despertó, todo seguía igual, y con sus fuerzas ligeramente renovadas siguió el camino. Tanteando con la mano, dio con una valla que le llevó a lo que antaño debían de ser unas puertas que permitían el acceso al metro. Descendió otro tramo de escaleras para llegar al andén. Una vez allí, bajó a donde estaban los raíles y los siguió.

Después de un largo paseo a oscuras, en el que tropezó y se cayó en varias ocasiones. Por fin, vio una luz al fondo del túnel y se dirigió hacia ella. Resultó ser el comienzo del territorio habitado de los topos. Había dos personas armadas haciendo guardia. Cuando le vieron, alzaron sus armas y uno de ellos le dio el alto.

-¡Soy yo, Ca!. ¡Ayudadme, estoy herido!

-¿Cómo podemos saber que no es una trampa?

-Joder, venid de una puta vez a ayudarme o dejarme pasar, ¡pero haced algo ya!

Los dos guardianes dudaron. Finalmente decidieron que fuese uno solo de ellos, quedándose el otro a proteger el paso. Cuando vio que sí se trataba de Ca, lo agarró por la cintura y lo ayudó a caminar. Cuando llegaron a la altura del otro, éste también lo agarró y Ca, que finalmente sintió que lo había conseguido, se desmayó a causa del dolor y del cansancio.
***

Cuando despertó, Ca estaba en su cuarto. Un gran vendaje le cubría la parte central de su tronco mientras por el resto de su cuerpo un número considerable de vendas tapaban otras heridas menores. Frente a la cama había una silla en la que estaba Many dormida. Ca se levantó. No tenía mucha fuerza, pero cogió una de sus mantas y se la echó a Many por encima. Luego fue al baño, meó y se aseó con cierta dificultad. Cuando salió, Many se había despertado y lo esperaba mirando la puerta.

-Ya te vale, Ca. No tenías que haber hecho eso. No es que estés muy fuerte y vas a tener que estar unos días con ayuda para moverte.

-Pero si estoy bien. ¿No ves que yo solo he podido lavarme? No necesito depender de nadie.

-¿Y si las piernas te hubieran fallado? Da igual lo que digas, no me despegaré de ti hasta que estés mejor.

-Ya estoy mejor, ¡vete!

-No, Ca, me voy a quedar contigo. Me tenías preocupada. No quiero que te mueras.

-Pero moriré, igual que todos nosotros. Y por lo que he visto, parece que antes de lo que esperábamos.

-¿Qué quieres decir?

-El ejército tiene más fuerza ahora que antes de que le atacáramos. Parece ilógico, pero es lo que he visto.

-No entiendo

-Es muy fácil. ¿Cuántos hemos vuelto?

-Aparte de ti, cinco. Helo y Unio han sufrido amputaciones y no volverán a pelear. Lot sigue inconsciente, lo encontraron los payasos en medio de un charco de sangre y restos humanos. Bea y Fes tuvieron suerte, no han sufrido ni un rasguño.

-¿Ves lo que quiero decir? Incluso antes del ataque habríamos sobrevivido más que ahora. Es ilógico. Tenemos que averiguar qué es lo que está pasando.

-¡No! Tú tienes que descansar.

Many se acercó a Ca, le agarró y le ayudó a llegar a la cama.

-Descansa. Yo me encargo.

-Gracias –dijo Ca mientras la abrazaba.