Ciudad del caos

“Neralo. Ciudad del caos” es la primera novela de una trilogía de fantasía y ciencia ficción que se va a ir creando en esta bitácora. Es una novela viva. Por lo tanto, aunque a grandes rasgos ya está escrita en mi cabeza, los comentarios y aportaciones de los lectores podrán ir modificando el transcurso de la historia. Subiré un nuevo capítulo cada sábado. Para leer la novela en su orden correcto, selecionar "Orden posts:Ascendente". Más en: www.neralo.info

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Lugar: Bilbao, Bizkaia, Spain

23 septiembre 2006

13. Huida

-Malas noticias, Ca –dijo Elo por el C.R.

-¿Qué pasa? –preguntó Ca tras encender el micrófono del suyo.

-Problemas. Y gordos. Voy para allá. En dos minutos estoy en tu despacho.

-Vale, te espero. Pero, ¿puedes decirme algo más?

-El ejército va a atacaros directamente al cuartel.

-¿Cómo dices? –se oyó una voz femenina-. Yo también voy.

Pocos segundos más tarde, Elo irrumpió en el despacho de Ca. Y en unos segundos más, entró Many. Ninguno se acordó de cerrar las comunicaciones de su C.R.

-¿Cuál es la situación?

-El ejército ha planeado acabar ya con las bandas. Y os ha tocado ser los primeros.

-Pero, ¿qué tipo de ataque van a hacer?

-Directo y rápido, sin demasiados supervivientes.

-Oriol a la escucha. Éste podía ser un buen momento para usar vuestras motos. El ejército no se espera que contéis con esa tecnología.

-¡Mierda! Nos hemos dejado el canal abierto. De todas formas, es la mejor idea que tenemos –Ca puso su C.R. en silencio-. Si el ejército está prevenido contra nuestras motos, es que no podemos confiar en él – Ca devolvió el sonido al C.R.

-De todas formas, deberíamos evacuar a la mayor parte de la gente que tenemos aquí –apuntó Many.

-Pero si el ejército tiene noticias de una evacuación, sabrán que los estamos esperando.

-Eso dejádmelo a mí –sonó una nueva voz en los auriculares.

-¡Claro! ¿Cómo no se me había ocurrido? Una evacuación subterránea. Avisa a los topos de la evacuación que vamos a efectuar.

-Sí. Y también voy a mandar algunas personas a la entrada para que os ayuden –añadió Jeul.

-¡Gracias! Polo, ¿estás ahí?

-Sí, siempre aquí.

-¿Cuántas motos gravitacionales tenemos ya?

-Pues, si tenemos dos horas más, tendremos veinte. Si no, sólo quince.

-¿Tenemos dos horas, Elo?

-Creo que podemos intentarlo.

-De acuerdo, Polo. Dos horas. Los demás, preparad una evacuación. Voy a reunir a diecinueve personas que se queden conmigo.

-¿Cómo que diecinueve? Yo me quedo aquí.

-No, Many. Va a ser muy peligroso. Preferiría que escaparas.

-Por eso tengo que quedarme.

-Ila no me perdonaría si mueres. Y yo tampoco. Así que te vas.

-¡No! Con o sin moto, yo me quedo. Así que más te vale darme una, porque si no, voy a tener problemas.

-Eres una testaruda. Siempre lo que tú quieres, ¿no?

-Siento interrumpir, pero yo también me quedo.

-No. Suficiente has hecho avisándonos. Tienes que volver con los payasos. Es una operación delicada. Si caemos todos, las bandas estarán perdidas.

-¿Tengo que ponerme como Many? ¿O pasamos directamente a la acción?

-¿Tengo otra opción?

-No.

-Pues entonces, ¡a la acción!
***

La segunda planta bajo el suelo estaba más llena que nunca. No era una zona muy transitada. La central energética producía un calor superior a los cuarenta grados centígrados. El ganado desprendía un olor al que muy poca gente estaba acostumbrada y los cultivos hidropónicos generaban un microclima en el lugar al que nadie habría sido capaz de acostumbrarse. El aire viciado y pesado dificultaba la respiración. Por ello, las únicas personas que entraban ahí eran las que no tenían más opciones de trabajo. Pero hoy estaba llena. La mayoría de la gente estaba tirada en el suelo y con aspecto demacrado, y eso que los que más tiempo llevaban, llevarían media hora. Los trabajadores del lugar preparaban los ganados y cultivos para trasladarlos. Y la central mantenía los servicios mínimos para dar electricidad a los técnicos. Ca paseó por la zona.

-¡Escuchadme todos! Como sabéis, vamos a desalojar el edificio. Los únicos que van a permanecer en él son unos pocos trabajadores de la central, unos técnicos y nosotros –señaló a un grupo de diecinueve personas, completamente preparadas para la lucha-. Así que, tranquilamente, y en el orden que os hemos indicado anteriormente, iréis entrando en los subterráneos. Cuando la evacuación esté concluida, dinamitaremos la entrada para evitar que el ejército os siga.

Una cabeza asomó por el agujero del subterráneo.

-Estamos listos.

-Ya habéis oído. Todo listo. ¡Que empiece la maniobra de evacuación!

La gente empezó a moverse organizadamente. Ca se acercó a las diecinueve personas y les dio unas instrucciones. Luego se acercó a Many y la separó del grupo.

-¡Ve!

-¿A dónde?

-No seas idiota. A despedirte.

-No hace falta. Nos has dado instrucciones precisas que tenemos que cumplir.

-Pero sé que lo quieres. Venga, ve si no quieres que te obligue a evacuar –Ca le dedicó un guiño cariñoso y dio media vuelta.

Many dudó un momento y luego se metió entre la gente que evacuaba. En dirección contraria a la que llevaba todo el mundo, empezó a buscar entre la muchedumbre. Finalmente dio con Ila. Se paró frente a ella. Ambas se miraron. Su mirada era apenada. Many abrió los brazos y la abrazó.

-No pasará nada –le susurró al oído.

-¿Por qué tienes que quedarte? Si se lo pidieras, Ca te dejaría marchar con los demás… conmigo.

-Pero no puedo. Ca sabe que me necesita, y tú también lo sabes. No te preocupes, pequeña, volveré contigo.

-Pero, aunque vuelvas, esto no terminará mañana. ¿Seguirás peleando?

-No hay otra solución. Estamos en un momento muy delicado…

-Y, ¿qué hay de nuestro momento?

-Luego, Ila, luego…

Many le dio un beso acompañado de una caricia en la mejilla y se marchó. Ila permaneció inmóvil hasta que la perdió de vista, Lugo, retomó el camino. Many volvió junto a Ca.

-Gracias.

-De nada.

-Prométeme una cosa. Si… si yo no…

-Me ocuparé de ella, me encargaré de que no le pase nada.

-Gracias.

La evacuación transcurrió sin incidentes. Ca permaneció constantemente atento a su C.R. y a su T.A.R.:C. De repente se escuchó un ruido en el T.A.R.:C y luego una voz metálica.

-Malas noticias, jefe. El ejército llega antes de lo previsto.

-¡Mierda! –encendió el micrófono del C.R.-. Polo, ¿estás ahí?

-Sí señor.

-¿Cómo van las motos?

-Terminando. Vamos mejor de lo previsto.

-Pues tenemos al ejército encima. ¿Cuánto tiempo necesitáis?

-Veinte minutos.

-¿Cuánto tiempo tenemos hasta que llegue el ejercito? –preguntó por el T.A.R.:C.

-Unos siete minutos.

-¡Mierda! –hizo una pausa para idear un plan-. A todas las unidades: tenemos al ejército encima. Quiero que todos os preparéis para una maniobra de distracción. Tenemos que retenerles unos trece minutos. Todos a la entrada en tres.

Ca salió corriendo y Many lo siguió. Cuando llegó, ya estaban prácticamente todos. Esperaron unos segundos hasta que llegaron las personas que faltaban.

-Bien, todos sabéis cuál es la situación. Si estáis aquí es porque sois de los mejores. Si salimos de ésta, seremos el grupo más eficaz en cualquiera de las bandas. Seremos la elite entre las bandas. Pero para eso tenemos que salir vivos. Tenemos un plan para ello. Pero a nuestros técnicos les falta tiempo para terminar. Así que sólo tenemos dos opciones: o dejamos a alguien aquí a merced de una marabunta de ochos –hizo una pausa para que la repulsión hacia esa idea hiciese que aceptasen cualquier otra-, o salimos todos nosotros a retener a un centenar de militares.

Se hizo una pausa silenciosa. Todos valoraban las posibilidades. Nadie aceptaría dejar a un compañero a un destino tan cruel, pero un ataque directo e improvisado de veinte personas contra más de cien militares organizados era un suicidio. Un carraspeo rompió el silencio y todos dirigieron su vista a un muchacho moreno, alto y delgaducho.

-¡No pasarán! –gritó el muchacho.

Se hizo una pausa en la que todo el mundo se miraba entre sí, afirmaba con la cabeza y finalmente parecieron llegar a un acuerdo silencioso.

-¡No pasarán! –vitorearon los demás.
***

Veinte motoristas salieron velozmente del cuartel de los dragones. Pararon a unos quince metros de la entrada y colocaron algunos explosivos ocultos en latas oxidadas, cajas viejas y objetos similares. Luego se apartaron y se ocultaron a esperar al ejército. Cuatro minutos más tarde, los ochos llegaron a la zona minada. Ca apretó un botón y todas las minas hicieron explosión, matando a muchos soldados rasos de los que se encontraban en cabeza. Sin dar tiempo al ejército para tomar las armas, empezaron a disparar hacia el fuego y la humareda que habían provocado las explosiones. En dos minutos el humo se había despejado y todos los militares que permanecían en pie, todavía demasiados, se habían protegido entre los edificios. Aun así, no pararon de disparar, evitando cualquier movimiento del ejército. Permanecieron de esta manera hasta que Polo informo a Ca por el C.R.

-Vamos a terminar la última moto en cuestión de segundos. Podéis retiraros.

-De acuerdo, que todo el mundo que no sea indispensable empiece la evacuación.

-Ya lo he hecho, Ca. Sólo quedo yo.

-Y, ¿la central?

-Cuando lleguen les avisarán para que se marchen. Una vez hecho, dispondremos de diez minutos más de energía en el edificio.

-¡Perfecto! Si salimos de ésta, te voy a ascender.

-Gracias, pero te recuerdo que tengo el título más alto de los técnicos.

-Da igual –Ca miró a su tropa-. Nos retiramos, vuelta al cuartel.

Los disparos cesaron repentinamente pero, temiéndose una trampa, el ejército tardó en reaccionar. Las motos giraron rápidamente y se dirigieron de vuelta al cuartel.

-¡Están huyendo! ¡Detenedles! –grito algún militar.

Los ochos empezaron a salir de sus refugios, pero con demasiadas precauciones. Para cuando empezaron el contraataque, prácticamente todas las motos habían salido de su alcance. Uno de los disparos impactó en el pecho de uno de los motoristas rezagados y le perforó un pulmón. Cayó al suelo con un grito ahogado por la falta de oxígeno. Otro de los rezagados estuvo tentado de acudir en su ayuda, pero finalmente continuó su camino mientras decía: “lo siento”.

Cuando llegaron al cuartel, Polo los esperaba con las motos voladoras. Cada uno fue montando en la que le había sido adjudicada. Una moto quedó libre y Ca, viendo que Polo la miraba extrañado, le explicó lo sucedido. Polo montó en la moto.

-¿Qué haces? ¿Por qué te montas?

-Porque sobra.

-Pero tú tienes que huir por los subterráneos.

-Negativo. Me he encargado de volar la entrada.

-¿Estás loco? Así no podrás escapar.

-Puedo usar una de estas motos.

-Pero se suponía que todas estaban adjudicadas.

-Digamos que he tenido suerte. Ahora deberíamos seguir, o todo esto no habrá servido de nada.

-Tienes razón. Síguenos. Pero esto no queda así. Luego hablaremos.

Las motos fueron en dirección al puente derruido. En cualquier otra situación habría sido un suicidio. El segundo escuadrón de ochos llegaría junto al puente en poco tiempo, cerrando el camino hacia delante. El primer escuadrón de ochos no tendría demasiados problemas para cortarles la retirada. Y el puente era intransitable.

Efectivamente, el ejército los encerró en cuestión de segundos. Los motoristas, simulando una retirada desesperada, huyeron por el puente. El ejército entró tranquilamente tras ellos, pues ya daban la lucha por ganada. Cuando el puente estaba lleno de militares y los motoristas apuraban los últimos trozos de asfalto del puente, Ca dio la señal. Las motos hicieron un rugido metálico y, como si el asfalto continuase, siguieron conduciéndolas sobre el río. El desconcierto fue general entre los militares. Cuando se hubieron alejado lo suficiente del puente, Ca dio otra señal y Polo presionó un botón. Las columnas que permanecían en pie hicieron explosión y el puente empezó a hundirse, sepultando bajo el agua a los ochos.

-Bonito golpe. No creo que les haga mucha gracia –comentó Polo.

-No te creas. Seguramente no eran más que peones que sustituirán en cuestión de horas.